miércoles, 9 de febrero de 2011

Gaza, la cruz de la revolución egipcia


El Gobierno de Mubarak tiene bloqueado desde hace seis días el paso de Rafah para evitar la fuga de presos a suelo palestino. Este cruce es esencial para llevar a enfermos a hospitales egipcios y para el acceso de medicinas y material de construcción. Los túneles de contrabando, que alivian la carestía en la franja, trabajan al mínimo por el cerco policial

2011-02-04 05:18:25 / Fuente: Carmen Rengel, Periodismohumano.com
El paso fronterizo de Rafah es la puerta de Gaza a la vida. Es su conexión con Egipto, el único check-point no controlado por el Ejército de Israel, el pedazo de tierra que separa a sus ciudadanos, un millón y medio de palestinos, de una asistencia médica de calidad, la aduana por la que le llegan medicinas, materiales de construcción y combustibles con los que sobrevivir. Es su vía de oxígeno, tres años y medio después de que Israel decretase el bloqueo total de la franja. Pero Rafah es hoy una valla con el candado echado, un muro infranqueable. El Gobierno egipcio decidió su cierre el pasado domingo como medida de precaución ante la revolución que sacude a todo el país. Su mayor miedo: que los presos palestinos escapados de la prisión cairota de Abu Zaabal regresaran a la franja. Nadie consigue pasar de un lado al otro, ni cooperantes ni personal de la ONU ni periodistas ni empresarios. Es la cruz de la ilusión viva que hoy hace arder el mundo árabe.
La situación no es nueva para los ciudadanos de Gaza, ya que este paso abre con prolongadas intermitencias y sólo estaba permanentemente activo desde junio del pasado año, cuando el ataque israelí a la Flotilla de la Libertad llevó al Gobierno de Hosni Mubarak a habilitar esta vía como auxilio para los heridos más graves. La presión internacional hizo que la medida se convirtiese en una realidad cotidiana, pero las autoridades egipcias, alegando siempre vagos motivos de seguridad, aún cierran el paso una media de dos días al mes. Ahora lo grave es que ese bloqueo se prolonga ya por sexto día consecutivo, y su final no tiene fecha. “Cierre indefinido, no sabemos más”, dicen los soldados desde la garita del control. Lo que sí saben los ciudadanos es que esa orden tiene consecuencias inmediatas: menos materias primas, menos materiales de primera necesidad, precios más caros, más sufrimiento.
Por Rafah no entran alimentos ni bebidas, porque Egipto está obligado a enviarlos a Israel directamente y son las autoridades de Tel Aviv las que controlan su entrada en Gaza a través de pasos controlados por las IDF. Sin embargo, es clave para recibir medicamentos, como las casi 9.400 toneladas de medicinas llegadas en los últimos seis meses según la ONU, o para permitir el paso de pacientes cuya vida peligra en la franja por falta de asistencia sanitaria especializada, unas 15.000 personas cada mes, entre pacientes y acompañantes. Nada, ni cajas ni personas cruzan estos días. Es el caso de Nur Arrani, casada, tres hijos, que tiene permiso para ir a Egipto y someterse a un tratamiento intensivo de diálisis. Se lo concedieron el día 24 de enero, tras sufrir varios colapsos, pero no pudo ponerse en camino antes porque estuvo pidiendo ayuda a sus familiares para reunir algo de dinero. Ella es una de las 50 personas que cada día, pese a conocer la orden de cierre, pasan las horas sentadas en bloques de hormigón, aguardando a que la verja se abra. Sólo en 2010, 30 personas murieron esperando el ansiado permiso, según datos de la ONU. “Y ahora que lo tengo, puede que también muera”, suspira esta mujer, vieja de siglos con apenas 40 años, estremecida por los dolores.
Desde la central de Cruz Roja Internacional en Suiza confirman que actualmente tienen un cargamento de suero, analgésicos, vacunas y material de esterilización pendiente de la apertura del paso. No son materiales perecederos, puntualizan, pero tampoco pueden permanecer semanas enteras en contendores metálicos. Arthur Sufa, colaborador de Peace Now, relata que a unos 40 kilómetros de Rafah, en El Arish, su ONG tiene paralizado otro porte de ayuda humanitaria, y el Consulado de Francia también está aguardando los permisos necesarios para sacar del aeropuerto de El Cairo su envío trimestral de material médico. Anitta Som, médico holandesa, miembro del equipo de supervisores de la Organización Mundial de la Salud, sostiene que los centros sanitarios “están dosificando racionalmente los bienes para que no escaseen”. Por el momento, “hay de todo lo básico“, aunque reconoce que están centralizando la atención en los grandes ambulatorios y hospitales, porque en los pequeños “falta suministro”. La OMS, añade, ha solicitado a Egipto que permita el paso de toda ayuda sanitaria acreditada. “Nos preocupa aún más que se impida el paso de enfermos. No todos tienen fuerzas para esperar”, reconoce.
Hay un problema más generalizado que el sanitario: el de la falta de combustible y de materiales de construcción. Por Rafah entra la gasolina necesaria para que funcione el transporte público, el particular, las maquinarias industriales y, sobre todo, parte de las calefacciones, un bien esencial en los días más fríos del año en la franja, con temperaturas de entre tres y diez grados. La principal vía de acceso para la gasolina no es tanto el propio paso como los túneles subterráneos que cruzan la frontera de lado a lado a lo largo de sus 12 kilómetros de extensión. Lo que llega de la tierra es ilegal, claro, comerciado por chavales (y hasta menores) que se juegan la vida y la salud horadando el suelo para traer mercancías de estraperlo. Egipto vigila bien para que no se cuelen armas por esos túneles, más de un millar según el Gobierno de Israel, pero suele mirar a otro lado cuando se trapichea con productos de primera necesidad. Sin embargo, el cierre de Rafah también ha llevado a sellar prácticamente por completo esos pasadizos. En los últimos dos días apenas una decena de ellos permanecían activos, y sólo unas cuantas horas, aprovechando los cambios de guardia y la noche. DPA informa de que la gasolina que llega de Egipto es hasta seis veces más barata que la que viene de Israel, de ahí que sea la que consumen básicamente los ciudadanos de Gaza (de 1,8 a 6,5 NIS). Gasolineras como la que gestiona Mohamed Sfeir en Khan Yunis han gastado ya dos de sus cinco tanques de reserva, porque en parte se surte en el mercado negro. Tiene “algunos litros más” en el garaje que le hace de trastero, pero nada que le resuelva el problema. La última cisterna le llegó precisamente el domingo, así que es un “afortunado” que recogió las últimas gotas de fuel. Un proveedor le ha prometido para dentro de dos días gasolina israelí, más cara aún. “Un desastre”.
Dinero es lo que necesita Wazir Hana, constructor de Gaza. Ha pagado un porte de maderas para hacer pasamanos y marcos de ventanas en varias sedes oficiales del Gobierno de Hamás y otro más de cemento y aluminio para obras en un colegio y un centro vecinal, ambos en ruinas desde la Operación Plomo Fundido. Todo el material está esperando luz verde al otro lado de la frontera. Él ha adelantado el dinero y hasta que la mercancía no llegue a Gaza, sus clientes no le pagarán. Además, tiene que abonar las noches de hotel del camionero egipcio que debe hacer la entrega. “Sólo por Rafah nos entra cemento, hierro, pintura… Este cierre va a ser un golpe económico brutal”, resume.
Al ser el único paso franco no controlado por Israel, Rafah es la clave del dinamismo económico de Gaza. A mediados de enero, Tel Aviv decretó también el cierre del paso de Karni, el más importante para la importanción de trigo y animales, el más directo también para entrar en Gaza ciudad. De los cinco pasos fronterizos que existían antes de la victoria de Hamás en la franja, hoy sólo quedan dos abiertos, además del de Rafah: los de Erez (sólo para peatones, en el norte) y el de Kerem Shalom (para mercancías, en el sur). Mientras se amplía este último, como ha prometido el Gobierno de Benjamin Netanyahu, el flujo de entrada de víveres se ha ralentizado notablemente. “No es una medida contra la población, es una medida contra los terroristas que intentaba atacar a Israel desde Karni”, explican en la oficina de prensa de las IDF. La coincidencia de ambos cierres está empezando a causar obsesión y nerviosismo entre los ciudadanos de la franja, sobre todo por el carácter permanente de la medida. En las tiendas y supermercados de la zona ya empiezan a escasear frutas y verduras, muy solicitadas en los túneles clandestinos. “No hay nadie al otro lado que recoja y venda, con las revueltas y el toque de queda“, explica Ali Bitar, dueño de un ultramarinos. Tres vendedores del barrio de Remal, relata, han anulado sus pedidos de carne y verdura fresca, provenientes de Israel, y han pedido que les traigan productos enlatados, “por si la situación se prolonga”. “De un modo u otro, aunque haya suministros, nuestra gente apenas puede comer, porque no tiene con qué pagar…”, añade. El 80% de la población, según datos del Banco Mundial, vive por debajo del umbral de la pobreza. Ali es pesimista, y teme que si Mubarak no sale rápido de Egipto, el conflicto se enquiste y Gaza lo pague. Un dato apuntala su pálpito: El Cairo también ha paralizado desde el domingo la obra del muro de separación que está construyendo en su frontera con Gaza, unos trabajos que comenzaron en diciembre de 2009. “Eso es grave”, repite.
Abdel Wahed, pescador, toma como símil la práctica entre los marinos cuando un compañero muere a bordo. “Lo que se hacía era meterlo en una mortaja y coserla. La última puntada se daba siempre sobre la cara, en la nariz, para pincharle y ver que de verdad estaba muerto. Pues eso mismo es este cierre de Rafah: una puntada en la nariz después de años de bloqueo. Ya no podemos más”, dice enfadado. Los datos son tan contundentes como su comparación: antes de las rectricciones, cada día entraban en Gaza 433 camiones. Desde junio de 2007, Israel ha permitido 274 camiones, un tercio de camión al día. Pese a las promesas de permitir la entrada de materiales para las organizaciones internacionales que reconstruyen la franja y a la flexibilización forzosa tras las muertes de la flotilla, Israel dejó entrar 149 camiones con material de construcción (grava, acero y cemento) por mes, en comparación con más de 5.000 camiones mensuales que cruzaban sólo un mes antes de implantarse el bloqueo. Eso sólo cubre el 3% de las necesidades de los habitantes. Israel ha aprobado apenas el 7% del plan de la UNRWA para la reconstrucción de Gaza, e incluso para los proyectos aprobados, se retrasa el permiso de transporte. A ello se suma la escasez de agua y energía, el deterioro sanitario, el desempleo masivo (más del 60%), la inseguridad alimentaria… Son datos aportados por Sari Bashi, director ejecutivo de Gisha, el Centro Legal sobre Libertad de Movimientos de Israel, que hasta ha creado un juego para explicar el drama fronterizo de la franja.
“La gente de Gaza sabe esperar, sabe resistir y sobrevivir“, dice orgullosa Fairuz Hasbun, una estudiante de Matemáticas. Confía en su fuerza para superar este cierre, “otro más”. No quiere pensar en los días por venir cuando le ilusiona tanto “la fuerza de los hermanos musulmanes que, por su mano, han dado la vuelta a una dictadura“. Sus compañeros de corrillo rehuyen la pregunta y hasta se niegan a dar su nombre. De política no se habla. Pero las sonrisas al hablar de Egipto y de Túnez denotan simpatía por la revolución. “Pero que no nos pase factura”, apuntala Abdel, el pescador.
 
 
Un grupo de ciudadanos aguarda en el puesto de control de Rafah, cerrado desde el domingo
Nur Arrani, de regreso a su casa tras otra jornada de espera en la frontera.
Ali Bitar, ante su tienda de ultramarinos en Gaza.
Vista de los accesos al cruce de Rafah, aún con escombros de los bombardeos. 

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