lunes, 26 de agosto de 2013

Dos años de una política exterior conservadora

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Luego de las actividades protocolares de la toma de mando, el Presidente renovó su compromiso por la Gran Transformación (Foto: La Mula)
La participación del presidente Ollanta Humala en la Cumbre de Unasur realizada en la ciudad de Asunción a fines de octubre del 2011, a pocos meses de iniciado su gobierno, reactivó las alarmas en algunos sectores del país respecto al posible alineamiento del Perú a nivel internacional con el llamado “eje chavista”. El discurso pronunciado por el Presidente peruano, quien enfatizó el papel del Estado y señaló críticas al sector privado, recibió un fuerte rechazo de aquéllos que todavía consideraban, en ese momento, que la transformación del candidato Ollanta Humala solo se dio para fines electorales. Más allá del temor existente, hoy, dos años después, en materia de política exterior el Perú ha mostrado poco o nada.
Por el contrario, si bien hace unos meses el Presidente peruano asistió al funeral del exmandatario venezolano Hugo Chávez (al igual que la mayor parte de los presidentes de la región), en la actualidad sus preferencias por la Alianza del Pacífico en desmedro de otros mecanismos de integración regional y su ausencia a la cita en Cochabamba luego del agravio que sufrió recientemente el presidente boliviano Evo Morales por parte de un grupo de países europeos, demostrarían la orientación conservadora de nuestra política exterior, a diferencia de lo señalado en el Plan de Gobierno del Partido Nacionalista (“La Gran Transformación 2011-2016”), que ponía énfasis en algunos aspectos que han sido dejados de lado.
Un tema recurrente en este Plan es el referido a la integración regional. El fortalecimiento de la Comunidad Andina y la Unasur eran ejes centrales que hoy tienen menos importancia que la Alianza del Pacifico, un mecanismo sobre todo de índole económica creado a finales del gobierno anterior. En tal sentido, la presidencia pro tempore de Unasur parece haber resultado incómoda en más de un momento, frente a la ruptura democrática en Paraguay, las elecciones en Venezuela y lo sucedido con el presidente boliviano en Europa.
Es de señalar que las disposiciones adoptadas a nivel interno en materia de política económica tienen indefectiblemente un reflejo a nivel externo, de forma tal que el discurso del presidente Humala en favor de la inclusión social y la promoción del comercio y la inversión es reiterado en todas las actividades que lleva a cabo en el extranjero. No debe extrañar que la crítica al “dogma neoliberal” y a la globalización económica, presente en su Plan de Gobierno, haya sido olvidada.
Esta lectura económico-comercial que se ha venido utilizando en el Perú en los últimos dos décadas se ha consolidado en el actual Gobierno. Algunos podrán decir que es una muestra de pragmatismo frente a la crisis económica internacional; otros señalarán que es muestra de una política exterior ideologizada que continúa al frente más allá del gobierno que sea elegido. Lo cierto es que pensar en “desarrollar una nueva relación internacional, comercial y económica”, de acuerdo con lo dispuesto en el Plan de Gobierno, hoy parece imposible. Nuestra diplomacia no solo ha priorizado la relación con nuestros principales socios comerciales —la UE, los Estados Unidos y China, en desmedro del Brasil—, incluyendo visitas oficiales al más alto nivel, sino también el papel cada vez más importante del Mincetur en materia de política exterior.
No debe extrañar que la crítica al “dogma neoliberal” y a la globalización económica, presente en su Plan de Gobierno, haya sido olvidada.
La mirada crítica del orden internacional del Plan de Gobierno nacionalista también incluía la reforma del sistema financiero internacional y de la Organización de los Estados Americanos, pero se ha avanzado muy poco al respecto. Más bien, resulta extraño que la participación del Perú en el debate acerca de la lucha contra las drogas a nivel interamericano, planteándose la posibilidad de su legalización, haya sido muy reducida, más aún teniendo en cuenta que somos el primer productor de cocaína del mundo.
Con los elogios al modelo brasileño y la intención del Presidente, explícita o implícita, de parecerse a Lula da Silva, se hubiera pensado en tener la capacidad de dialogar con países disímiles, pero el Perú no es Brasil ni Ollanta Humala es Lula. Las presiones internas y las alianzas (y rupturas) forjadas por el Gobierno del Perú hacen imposible mantener una política en este sentido. La mejor muestra de ello ha sido la fuerte crítica que se ha llevado a cabo al papel del Perú frente a las elecciones venezolanas. Ciertamente, existe toda una institucionalidad en materia de defensa de la democracia que debe promoverse y profundizarse a nivel regional, pero nuestros intereses como país, los compromisos internacionales asumidos, el principio de no injerencia en los asuntos internos, y el hecho de que paralelamente tratamos de consolidar relaciones con países claramente autoritarios, como es el caso de aquéllos que conforman el Consejo de Cooperación del Golfo (Bahréin, Kuwait, Omán, Catar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos), con los cuales firmamos un acuerdo comercial en la cumbre ASPA realizada en nuestra capital, denotan una lectura mucho más compleja de esta problemática.
Un aspecto central para Torre Tagle ha sido el diferendo marítimo con Chile ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Por un lado, no solo se ha visto una defensa de primer nivel, logro que el actual Gobierno debe compartir con los anteriores, pues el proceso se inició algunos años atrás, sino que es preciso reconocer también que el Gobierno de Humala ha logrado cierto nivel de tranquilidad frente a la proximidad del fallo, construyendo una agenda de cara a futuro con Chile, luego de una difícil fase oral, bajo la premisa expresada por ambas partes de respeto al fallo.
Un tema que quizá deba ser reconsiderado a nivel bilateral es la relación con Bolivia y Ecuador. Como presidente electo, mas no en funciones, Ollanta Humala realizó una visita a Bolivia y prometió trabajar por la reunificación de ambos países; sin embargo, irónicamente, todavía se encuentra a la espera de ser ratificado por nuestro Congreso el acuerdo de Ilo firmado el 2010 y modificado el 2012. Tratándose del Ecuador, el incidente con el Embajador de ese país puede haber dañado la relación bilateral; no resulta casual la repentina ausencia del presidente Humala a la toma de mando de Rafael Correa.
Para finalizar, es de mencionar que estos dos últimos años no han estado carentes de momentos difíciles que demuestran que todavía tenemos mucho que mejorar en materia de política burocrática. Los problemas surgidos en torno a la visita de la fragata británica y nuestro compromiso con la causa argentina sobre las islas Malvinas, la crisis generada a partir del comportamiento del Embajador ecuatoriano o las diferencias públicas entre Mincetur y Cancillería por su papel en materia económica, podrían haberse evitado.
El Gobierno de Ollanta Humala tiene grandes retos, pero parece carecer de cuadros que puedan tomar la batuta hacia una política exterior más progresista. Habiendo sido un admirador del presidente Velasco Alvarado, ya quisiera tener entre sus filas a un Mercado Jarrín para hacer frente a los próximos tres años.

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