Chile Hoy: La mecha de la Historia
“Son aves que no se asustan
de animal ni policía,
y no le asustan las balas
ni el ladrar de la jauría.
Caramba y zamba la cosa,
¡que viva la astronomía!”
(Violeta Parra)
(Ape).-
Los jóvenes en las calles sacuden al mundo. Inquietan. Conmueven.
Llenan de interrogantes. Despiertan miedos al tiempo que van tajeando
con libertades nacientes las grietas del sistema. Destrozan certezas con
su paso danzante mientras rappean no tengo mucha plata pero tengo cobre
aquí se baila como bailan los pobres. Echan luz con el desparpajo de
los años sobre el camino calcificado por adultos que tejieron un mundo
que desprecian.
Hoy
es Chile como ayer y mañana Francia, Túnez, Inglaterra, Libia, Egipto o
Puerto Rico. La vida es hoy. El futuro llegó a mí. Es subirse al puente
de la insurrección o quedarse a esperar que la vida transcurra.
Chile
sigue ofreciéndose –en tiempos de promesas electorales- como el lugar
paradisíaco de destino. El espejo en el que quieren que nos reflejemos
como utopía trasandina. Las últimas previsiones del Fondo Monetario
Internacional y del Banco Mundial sitúan el crecimiento económico de
Chile próximo al 6%. E indican además que “el país seguirá a la cabeza
en PIB (Producto Bruto Interno) en Sudamérica hasta al menos 2014. Su
posicionamiento se mantendría hasta 2014, cuando su PIB per cápita
alcanzaría a US$ 18.659”.
Andrés
Zahler Torres, investigador y profesor del Instituto de Políticas
Públicas de la Universidad Diego Portales, de Santiago publicó en la web
del Centro de Investigación e Información Periodística (Ciper) que “el
10% de los chilenos tiene ingresos promedio que superan los de Noruega,
mientras que los ingresos del 10% más pobre son similares a los de los
habitantes Costa de Marfil. La gran mayoría tiene, en promedio, menos
ingresos que los angoleños. Pese a que el PIB de Chile superó los
200.000 millones de dólares el año pasado, los niveles de desigualdad
demuestran que no basta con el crecimiento para alcanzar el desarrollo”.
En
detalle plantea: “El 10% más rico de los chilenos vive de hecho como
en un país muy rico. El ingreso promedio de este grupo (más de $60.000
dólares per cápita, en términos comparables) es superior al promedio de
Estados Unidos, Singapur y Noruega. El segundo grupo vive levemente
mejor que Hungría, con ingresos similares a Eslovaquia y Croacia, países
de ingreso medio-alto. Este 20% es el Chile que vive bien o muy bien”.
Pero
qué pasa con el otro Chile. El de cobre y mineral que suda en las minas
y se desangra sin techos ni libros entre las manos. “El tercer 10% de
la población vive como el promedio de Argentina y México. El cuarto
grupo como Kazajstán. Todavía nos queda el 60% de la población. Allí nos
encontramos con ingresos equivalentes al de Perú en el 5º grupo;
similar a El Salvador en el 6º grupo; Angola en el grupo 7; Bután y Sri
Lanka en el 8º; similar a la República del Congo (9º); y, finalmente,
similar a Costa de Marfil en el 10º grupo. En la práctica, el 60 % del
país vive con ingresos promedio peores que Angola”.
Que
los jóvenes estudiantes salgan a las calles y arremetan con su rebeldía
descarnada, que griten que quieren hoy su porción de futuro y no en un
mañana inasible y lejano, nació de semillas que fueron asomando desde
las entrañas de la tierra.
“Le
digo a los magallánicos que no hay nada que temer, porque hay buenas
razones para que el precio del gas, que es un elemento tan vital en una
región que tiene tantas dificultades y frío, se mantenga en condiciones
más favorables para la gente de Magallanes que para el resto del país”.
Así les había hablado a fines de 2010 Sebastián Piñera a los pobladores
que en 2009 le habían entregado el 55 % de sus votos.
Tres
meses más tarde les anunció que las tarifas para la distribución del
hidrocarburo aumentarían en un 16.8 %. Apenas unas horas bastaron para
que los magallánicos llenaran los caminos de rebelión y de rabia.
En
mayo los chilenos salieron a las calles a rechazar la construcción de
HidroAysén: cinco centrales hidroeléctricas en el sur de Chile con
impacto directo en la naturaleza y en las comunidades.
Hoy
son los jóvenes los que toman los espacios públicos dispuestos a
redoblar la apuesta. Sus voces se adueñan de veredas y calles con su
utopía de humanidad: educación gratuita, re-nacionalización del cobre y
la caducidad de la constitución que Pinochet perpetró en 1980.
Carabineros
pertrechados para la guerra, gases lacrimógenos, tanquetas de batalla
militar, 10, 36, 150, 500, 800 jóvenes engullidos como trofeos.
Lluvia
de represión que ellos responden con pancartas que claman “agitá tus
alas y habrás ganado el derecho a volar. No es sólo elevarte al cielo
sino también traer el cielo a tu interior”. Interpelan. Cuestionan.
Exigen.
A
miles de kilómetros de distancia, meses atrás los jóvenes franceses
habían gritado a su vez “no queremos que nuestros padres se mueran
trabajando, y nosotros no nos queremos secar bajo el sol buscando casa y
trabajo”.
Derriban
certezas al sistema. “Estamos hartos del cinismo, de la arrogancia del
gobierno, de las injusticias permanentes, de ver cómo hacia arriba se
viola la ley y hacia abajo nos ponen presos por cualquier
insignificancia”, decían.
40.000
estudiantes y docentes ingleses a fines de 2010 rugían “¡Impuestos a
los ricos, no a los estudiantes! ¡La educación es un derecho! ¡Que la
crisis la paguen los capitalistas no los estudiantes! ¡Universidad para
todos! ¡Educación gratuita, ya!”.
Indignados.
Rebeldes. Utópicos. Destructores de un presente de inequidades. “Nos
habéis quitado demasiado, ahora lo queremos todo”, vociferaron los
jóvenes italianos ante los aumentos a las cuotas educativas.
La
prosperidad capitalista deja demasiados heridos. Cicatrices que no
cierran. Lujos que tienen contracaras de violencia. Una violencia que
desnuda hambrientos, desposeídos, saqueados.
Jóvenes
aquí y allá lanzan su insurrección al viento. Se alzan, ganados por la
desilusión y el hastío de un mundo que no eligieron. Que sienten que no
les pertenece. Que es necesario destruir y sabotear para empezar de
nuevo.
Desprecian
un sistema vetusto y exclusor. No quieren etiquetas. Desean sacudirse
las telarañas que la historia les asestó, que sedujo a otros jóvenes
como ellos para prometerles paraísos vacíos.
Ellos
nacieron a la vida en un país que despreció la vida con cementos y
estadios opresores. Bebieron de esa miel amarga de un sistema que no
lanzó por ellos cohetes y serpentinas. Deglutieron los venenos de la
inequidad.
Y
hoy asoman sus cuerpos con la certeza de que cada corazón es una célula
revolucionaria. Que hay que sacudir el sopor del aplastamiento. Y con
la convicción de que apenas son la mecha que –el tiempo lo dirá- podrá
encender la historia.
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